lunes, 31 de octubre de 2011

Capitulo 1

La siguiente historia salio a flote de repetidos sueños que cada dia me asaltaban al anochecer. Cierto dia, un amigo mio me pregunto si yo solia escribir solo historias homoeroticas, a lo que respondi que no, tambien gusto de las novelas de horror, paranoia, suspenso, drama, pero entonces esta persona me interrumpio diciendome: "No, no no! me refiero a que si alguna vez has escrito algun cuento para niños o de menos para un publico adolescente". En cierta forma, yo ya habia pensado en ello, pero nunca me atrevia a escribirlo, asi que le expuse un vago sueño que me latia freneticamente para narrar una novela de tal tipo, "bien" me dijo, "Amo las historias de tipo ciencia ficcion" Asi que, él rio mucho por ello... "escribela y en cuanto la termines, haz el favor de mostrarmela por favor" Todavia hasta hoy en dia, me retumban esas palabras en el oido, hice algunos comentarios tambien sobre esta historia en el "Kurai Tenshi Anime Club" de Cortazar, Gto. Asi que a todos aquellos que alimentaron mi ego e imaginacion, les dedico este primer capitulo, del que por cierto me falto la ultima pagina que agregare un poco mas tarde... 

En fin, quiero agregar a esto que uno de los personajes, la protagonista principal, esta basada fisicamente en Maka Albarn del Anime de Soul Eater, Si son cercanos al anime, lo comprenderan de inmediato... Admiro profundamente a los creadores de dicha serie, y de ninguna manera intento hacerme fama a traves de ellos ni de su historia... Mi cuento, esta novela sale a rais de todo mundo fantastico anidado solo en mi memoria.

No espero que sea totalmente de su agrado, pero ojala y lo disfruten....


+ Dragon Negro +

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Carlett Maka

y las 19 estrellas del invierno.


=.1.=

“Semi-Azul”



     Y el dulce “tic-tac” del reloj de mano, sonaba en medio del silencio sin parar una y otra vez. La cálida luz de la luna entraba por las cinco ventanas circulares a aquella pequeña en apariencia pero amplia habitación en lo alto del crepúsculo. Extrañamente tenia forma de un panal de abejas de tierra pequeño; La chica que sollozaba en su interior debía tener no mas de 17 años, sus largos cabellos blancos grisáceos que debían llegarle hasta los hombros le cubrían en parte el pálido rostro en donde dos gruesas lagrimillas volvían a brotar, sus ojos semejantes al color de la miel no podían dejar de pensar en todos aquellos hechos en los cuales habían ocurrido tan crueles cosas. Hacía tan solo 24 horas atrás, vivía con su madre Hana Maka D. Frame en una rustica casita de dos pisos y un desván, en las afueras de la elegante ciudad de Londres, Inglaterra, por entre las montañas; y aunque también tenían sótano, ello ya no importaba. Su madre, una mujer de piel blanca semi tostada, casi morena, le había preparado durante aquella cena, algo que en su mundo se conocía como “hot-cakes” con mucha mermelada de fresa según lo recordaba, habían reído juntas, habían platicado largo rato juntas, habían cenado quizás por ultima vez juntas… Desde que tenía uso de razón, hacia los 4 primerizos años de edad, entendió que era hija única. Su padre, en realidad no sabía nada de él. ¿Si tenia hermanos? Su madre en incontables ocasiones había hecho hincapié en ese asunto, a veces hacia insinuaciones sobre sus “otros hermanos” pero siempre terminaba evadiendo el tema para seguir al fin con su vida rutinaria. “Esa noche”, lo que hoy seria como el ayer, había subido a lavarse los dientes. Seguramente Hana Maka, su majestuosa madre de ojos color violeta le tendría preparada una gran sorpresa para el día siguiente de mañana “Su decimo séptimo cumpleaños”. Al fin estaría a dos palmos más de alcanzar la mayoría de edad. Pero eso no pasaría ¿o quizás si? En ello no pensaba en aquel momento en el que se cepillaba los dientes frente al espejo con su pijama azul y el cabello amarrado en dos coletas tras la nuca, la espuma dentífrica le escurría de un lado a otro mientras se cepillaba como de costumbre, y fue entonces cuando ese horrible y penetrante olor le calo hasta los pulmones. Volteo instintivamente y por la parte baja de la puerta cerrada de madera del baño, comenzaba a infiltrarse un humo casi negro grisáceo como la  noche ¡La casa se estaba quemando!

- ¡Madre! –La chica había abierto la puerta de un tirón para encontrarse de frente al mismísimo infierno. La madera de toda la casa crujía y crepitaba con horror. Su habitación a dos pasos a la derecha de aquella puerta donde se encontraba, brillaba en su interior con un fresco resplandor entre blanquecino y azulado. Hana Maka D. Frame estaba de pie frente al tocador de la chica, tan serena como la nieve, con un temple tan paciente cual si no se estuvieran quemando realmente las cosas a su alrededor. – Mamá ¡Se esta quemando la casa! –se acerco la chica hacia su madre tirándole por uno de los brazos, sin reparar exactamente en lo que estaba ocurriendo respecto a aquella luz. -¡Tenemos que salir…! –La chica buscaba con los ojos desesperadamente una vía de escape, pero incluso a ambos lados del pasillo-corredor, las llamas parecían haberlo devorado todo.

- ¡Pronto! Necesitamos agu… -su madre había volteado a mirarla, sus ojos violeta se habían tornado de un azul celeste vivísimo como el cielo a plena luz del día.

- Carlett, mi preciosa hija… -en la chica se abrió un abismal agujero de terror, en su interior sabía que algo como aquello que estaba pasando, fuese lo que fuese, no podía ocurrir realmente en la realidad en que vivían. – Mi tiempo parece estarse agotando y “tu tío” no nos dará más tiempo…

- ¿Qué pasa mamá? - ¿tío? ¿Cuál tío? Creía que su mamá también era hija única, siempre lo habría creído así. - ¡Tenemos que salir! – se sobresaltó la joven casi al punto de querer olvidar las palabras que habían salido de la boca de su progenitora: “Mi tiempo parece estarse agotando”. Iba a salir. Iban a hacerlo juntas. Pero incluso antes de que se diera la vuelta su madre la retuvo nuevamente a su lado.

- Hija mía, es hora de que comiences la batalla tu sola y, que, emprendas y construyas tu propio camino como te he enseñado – le susurro lagrimeante mientras ponía entre las cálidas manos de Carlett un relicario que ataba en su interior una piedrecilla que fácil podía pasar desapercibida como un simple cuarzo del tamaño de un frijol. Su color era casi blanco, a no ser por esos débiles destellos azules que centelleaban de éste como si tuviera algún liquido interior. – Haz buenos amigos… - prosiguió mientras sus ondulantes cabellos negros flotaban alrededor de su cuerpo. Las llamas habían alcanzado ya, el umbral de aquella habitación y habían carcomido la puerta reduciéndola totalmente a carbón, el fuego rugía estremecedor haciendo cada vez más estragos a su alrededor, los peluches, la cama, las cortinas e incluso el tocador detrás de la madre de la chica, habían sucumbido al terrible lengüetazo del fuego; Pero, incluso ahí, con aquel especie de fuego azul-blanquecino que emanaba el aura de su madre, las llamas no parecían poder alcanzarles. – Este “huevo” representa la llave del lugar a donde irás. A donde yo crecí cuando niña.

- ¿Tu vendrás conmigo, verdad? – la interrumpió la chica de los ojos acaramelados que había detectado en sus palabras cierto defecto en cuanto al plan que tejía con sumo cuidado su madre. – No me dejarás sola, yo no podre… - pero no pudo continuar, su madre había pronunciado algo inaudible para sus oídos y una escalerilla de madera había bajado del techo de amplios tablones de madera negruzcos ya por el sofocante calor, hasta sus pies, entre ambas mujeres.

Ordenó a la chica a que subiese, la urgió incluso cuando ésta creyó que su madre no la seguiría. El desván. Sabía que tenían uno en casa. Pero los deberes cotidianos en tantisísimas ocasiones le habían impedido el derecho “de echarle un vistazo más detalladamente”. El fuego no parecía haber alcanzado esa zona, aun cuando la trampilla bajo sus pies se cerraba ahogando consigo las sofocantes llamaradas, razón de más para creer que tal vez ya se hallaban en otra dimensión, quizás aún ¿Cruzando el espacio?. Los antiquísimos muebles ahí olvidados estaban cubiertos por mohosas sabanas grisáceas, que supuso que en algún tiempo debían de ser de un blanco resplandeciente como las perezosas nubes que navegaban a diario cruzando el amplio mar llamado cielo. La joven mujer, porque ella como su madre no parecía tener más que 27 años, y ahora que se lo preguntaba, ignoraba realmente su edad, se dirigió presurosa a un rincón en la oscuridad mientras su ondulante vestido amarillo ambarino le seguía al andar. Una nube de polvo sacudió aquel espacio disolviéndose al momento en el aire. Carlett que iba pisándole los talones atino a descubrir un hermoso espejo en el que el marco aparecía tallado con inconfundibles figurillas de diminutas hojitas de distintos tipos de árboles y ramajes, como si estuvieran bardeando un gran jardín, que, en aquel caso fuese el deslustrado espejo ahí presente. Los pies de aquel mueble estaban tallados de manera tal, que parecían troncos de árboles que a su vez daban la impresión de haber echado raíces sobre el suelo de madera en el que estaban, en tanto que a lo alto del mismo: Un castillo perfectamente labrado, imponía asombroso respeto sobre una laberíntica ciudad dibujada a los pies del castillo mismo e incluso, al fondo mismo de aquel desconocido mapa, podía leerse de manera legible el número “1257”, rodeado de las letras que rezaban a su vez de manera circundante: Colegio Castillo Castellfort. Y a ambos lados de aquel curioso monumento se levantaban muchas diminutas antenillas, y en las puntas de cada una parecía haber “un pequeño panal” como de abejas. Que en aquel lúgubre momento de tristeza y soledad, comprendía en su totalidad. Pero regreso de nuevo en sus frescos recuerdos y su madre sacudió el relicario que colgaba ya al cuello de la chica frente al espejo, y lo que sucedió a continuación, fue lo que más frustro sus esperanzas de culminar una vida normal. El polvo incrustado en aquel espejo se derramo por el suelo cual si este hubiese hecho contacto con el agua, el espejo se limpió en un santiamén, el relicario abrió sus tímidas fauces y la pequeña piedrecilla fue aumentando a un tamaño tal, que rápidamente se visualizó en un cascarón, como si se tratara del de un dinosaurio. Aquella cosa debía medir no más de 40 a 45cm de altura, su forma era ovalada como lo comprobó Carlett Maka D. Frame al sujetarlo entre sus frágiles brazos. Era un huevo. Un huevo blanco y grande semiazulado ¿Y luego qué? ¿Una varita mágica y un sombrero de bruja como tantas veces se narraban en los cuentos infantiles?

Su madre la veía cuando Carlett reparo en que su mirada no perdía ningún detalle sobre la suya.

- ¿Qué es? –atisbo apenas a decir.

- Un huevo, ¿no te parece?

- ¡Ya sé que es un huevo! Pero…

- Dale un nombre – la mujer había adoptado una postura curiosamente divertida; Quizás para tranquilizar a su hija y librarla del horror de tener que pensar que la casa bajo sus pies, con todas sus habitaciones se estaba calcinando a un grado tal, que pronto no quedaría más que solamente cenizas gracias a que el fuego no era un fuego normal, y que su rastro y el vago recuerdo de una familia unida quedaría olvidado para siempre en aquella dimensión llamada planeta tierra.

-¿Un… nombre? –formulo la chica sin creer aun del todo lo que sus ojos veían.

- Sabes pequeña mía, hace mucho tiempo me imaginaba que volveríamos juntas al lugar donde nací, -reconoció la solemne mujer. – Al otro lado de este espejo, se encuentra el mundo donde se hacen realidad todos los cuentos que yo te narre cuando antaño solías ser un bebe –Una botellita de color verde pasto se rompió entre los recuerdos sellados de Carlett D. Frame, pues así era su manera de visualizar sus recuerdos, y el suave liquido transparente que manaba del mismo, la transporto sumisa a aquellos lejanos placeres. Un mundo que giraba alrededor de una escuela de magia, provista de encantos, hechizos, embrujos, maldiciones, ¿No era todo aquello lo mismo?  Probablemente de llena de excepcionales e increíbles magos de alto rango. Armas y Maestros. Un lugar en donde las habitaciones de los alumnos se reducían a ocupar un lugar en lo alto del oscuro espacio, gruesos troncos de árboles situaban cada panal o habitación a diferente kilometraje de altura, de entre 30 a 90km partiendo de los mismísimos subsuelos. Una dimensión paralela, oculta entre muchas otras a donde eran enviados “ciertos elementos” de incontables universos alternos. Incluso ella, había soñado en alguna parte de su infancia “ser alguno de esos elementos” que fuese a tomar clases allí, a la escuela conocida como: El majestuoso Colegio Castillo Castellfort: para maestros, magia y armas. Ese había sido su sueño en aquel entonces. Pero ahora, ahora estaba frente a ese huevo, que no debía significar otra cosa más que…

- Es, es este… un… -Enmudeció al momento la joven titubeante.

La madre asentía con la cabeza hacia la joven. Aquel huevo frente a sí. No era otra cosa que un “Javhea”, un ser mágico, una criatura mágica con poderes que simulasen una poderosa arma latente en su interior y que a su vez seria, el súbdito leal de quien lo portara y lo cuidara desde su nacimiento. A todos los elementos destinados a ir hacia dicha escuela, incluso desde antes de su nacimiento les eran entregados los huevos para que cuidasen de ellos hasta el día en que tuvieran que partir hacia el colegio para así convertir al ser que vivía en el interior de aquel cascaron en el arma de sus respectivos maestros. Ellos mismos como elementos lo serian, lucharían bajo sus enseñanzas. De modo que, aquel huevo que pasaba desapercibido tras la máscara de ser un simple relicario, hechizo urgido por su audaz madre, debía ser un ser mágico. El ser que la acompañaría en su andar por la vida de ahora en adelante. Debía darle un nombre para poder despertarle. Su nombre seria…

Pero, incluso y a la par de aquellos pensamientos y sentimientos entrelazados, el espejo brillo entre una radiante luz plateada. Su madre le entrego un reloj de mano en el que las manecillas portaban en la punta: una estrella dorada en el minutero y una luna plateada en la manecilla que marcaba las horas, el segundero únicamente aparecía como una fina línea en azul. Se mostraba al interior de la caratula blanca, incluso al fondo del mismo fondo, como si estuviera empotrada una puertecilla de cristal diminuta en la que a través de la misma se observaba una estilizadísima cadena de metal color platino, con dos arcos circulares en ambos extremos.

- Escúchame bien –le sonrió su madre, por última vez – Una vez llegues ahí, te hallaras frente a una fuente de hermosas aguas celestiales. Emanara de ahí algún ser magistral y dirás que deseas ir con “el constructor de este reloj”, él se hará cargo de ti, se lo deje dicho hace tantos años atrás, -y las metálicas fauces color azul rey del contador del tiempo se cerraron en torno a la mano derecha de la joven de pijama azul como el cielo. – Este de aquí, es Nikolay, fue mi Javhea durante mis andares en aquellas tierras lejanas. Le he ordenado estrictamente que te explique todo cuanto desees saber en cuanto llegue su debido tiempo. –y dicho esto, le entrego un pequeño huevecillo del tamaño de una papa, su color era de un tono amarillo ámbar y unas ramitas color verde surcaban la parte superior del mismo, como si se tratara de una diminuta calabaza de castilla. – Él ha vivido tanto tiempo, que he tenido que reducir su tamaño a un ser pequeño, casi como a una hada, cuídalo mucho; Te lego todo su poder a ti como mi “única heredera”. –Y sosteniendo aun el gran huevo semiazulado entre sus brazos, mismo que insólitamente no era muy pesado a como lo parecía, recibió a su vez aquel diminuto ser entre los dedos de su mano izquierda. – Deposito en ti, este, mi más humilde poder, pero también el más desastroso y destructivo sobre todos los tiempos alternos, y que he creado únicamente para ti. –continuo diciendo Hana mientras rompía la perla de uno de los tantos anillos que llevaba puestos sobre la mano izquierda, específicamente el que tenía el dedo anular. – Confío en que por medio de este, podréis inventar, crear e imaginar cualquier poder mágico o elemental que conforme a tu educación te conduzcan siempre hacia una buena victoria. Encuéntrale y dale buen uso y, si dejas que se corrompa el poder, ya sabes lo que sucederá ¿cierto?

Carlett asintió afirmativamente a aquella interrogación al


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